UN MECHON CON AROMAS DE CHENEL INUNDA EL CIELO

Quisiera empezar este escrito pidiéndole permiso maestro, quizás mi pluma este muy lejos de su categoría, pero necesito hacerlo, hoy quiero rememorarle aquel toro blanco y convertirme en un Atrevido, va por usted.
Antonio Chenel Albadalejo, más conocido como Antoñete, nacido en Madrid, el día 24 de junio de 1932. Antoñete se cría a medio camino entre el hambre y el toro, sin las facilidades que da la dinastía torera. Madrileño castizo de esos que se denominan "feten", sus andanzas transcurren por el madrileñisimo barrio de Ventas, a caballo entre la torera plaza del Espíritu Santo y la plaza de Manuel Becerra, en ese tramo es donde Antonio vive de lo que la picardía le abastece. Pronto llega la guerra civil y se traslada a Castellón para volver una vez finalizada esta. Es su cuñado Paco Parejo, por entonces mayoral de la plaza de las ventas quien se convierte en padre más que cuñado y le da cobijo en la misma plaza, donde aquel niño vive y se empapa de toreo clásico de la época. Bebe en las doradas fuentes de Juan Belmonte y Manolete entre otros. Chenel empieza en el mundo del toro desde abajo, primero haciendo de toro carretón hasta convertirse en torero. Torero de corte clásico, toreo cruzado, pecho por delante, suerte cargada y temple de muñecas rotas o lo que es lo mismo, un cuerpo cosido de cornadas conmemorativas cual medallas. Ha sido de esos toreros que se levantan, viven y se acuestan en torero. Cuerpo roto en sus articulaciones, autoreconocido golfo, mujeriego y fumador empedernido, ha sido ese tabaco quien le ha dado la cornada mortal pero sin duda a recibido a la muerte con la pata "palante" dando los frentes y templando con ese arte seco que el tenia. Un mechón blanco en su cabello, quiso el destino que también fuera un toro de mechones blancos quien le acompañara de por vida, fue allá por 1966 cuando Atrevido, toro ensabanado de Osborne, se cruzo en su camino dejando para la historia una de las mejores faenas que recuerdan en el coso madrileño, aunque para muchos fue mejor aún la faena que le realizo allá por 1985 a un toro de Garzón, Cantinero se llamaba. Torero de altibajos, nunca hubo grises, siempre blanco o negro, o la gloria o la condenación, siempre entregado a los placeres femeninos y a la copa en la mano, esa mano "rota" que tan bien templaba el toreo no podía templar el alcohol. Hombre generoso que a sabiendas de lo que es no tener nada que echarse a la boca repartía sus ganancias con sus compañeros de fechorias infantiles, un gran hombre, un gran torero y un gran vacío el que nos deja. Fue Manolo Molés quien le adoptó para que compartiera tanta sabiduría, tanto taurina, como esa que solo puede enseñarte la vida, con todos los que amamos la fiesta nacional. Por ello yo particularmente solo puedo decirle gracias, por que mucho de lo poco que se del arte de torear me lo ha enseñado usted con esa voz rota por la nicotina. Dicen que el recuerdo es lo que impide a nadie sentirse muerto por lo que el maestro Chenel siempre permanecerá vivo, no hace mucho Alejandro Talavante decidió vestirse de Lila y oro dando nombre a ese vestido de torear como Chenel y oro en homenaje al color que mayoritariamente vestía el maestro, así que desde hoy para mi el color Lila pasará a denominarse Chenel. Maestro que usted descanse en paz, hoy el cielo se inunda de aromas de Chenel.



Fdo: Carlos el Pelijas.